
Si Frasquito hubiera hecho lo mismo, si hubiera vendido sus propiedades cuando Pinos Puente era todavía una localidad próspera, sobre todo su vivienda de la calle Real, y hubiera comprado “cuerdas” de tierra en Tocina, habría vivido con más desahogo, y sus herederos también. Si no fue así se debió a que a Frasquito no le gustaba vivir en Los Rosales y siempre soñó con regresar a Pinos Puente.
Cuando en 1939 murió repentinamente su esposa, María, con 49 años, como consecuencia de un coma diabético fulminante, Frasquito perdió gran parte de su entusiasmo por la vida y se resignó a quedarse donde estaba, en el lugar donde recibió sepultura su muy amada esposa. Las propiedades de Pinos Puente fueron vendidas muchos años más tarde, cuando su economía, antes próspera, se derrumbó. Las propiedades en el Genil se habían depreciado por causa de la decadencia que generó el abandono del cultivo remolachero provocado por el cierre de La Nueva Rosario. Para entonces, Los Rosales había logrado ya un desarrollo económico relativamente alto y, con ello, aumentó de forma notable el valor de la tierra.
Siendo Frasquito empleado en La Bética, la empresa llevó a cabo una ampliación de capital con el fin de invertir en una fábrica aneja de alcohol. Él adquirió algunas acciones pero las nuevas instalaciones no tuvieron éxito y los accionistas, entre ellos Frasquito, perdieron el valor de sus acciones. Recuerdo haber visto los títulos accionariales celosamente guardados a pesar de que hacía tiempo de que carecían de valor fiduciario alguno.
Poco después de la finalización de la guerra civil, hacia el año 1940, Frasquito se prejubiló, y abandonó la vivienda que ocupaba en el recinto de la azucarera. Se fue entonces a vivir a Villa Escalona, mi casa natal, la que años antes había construido durante los fines de semana junto con sus dos hijos varones, los cuales siguieron trabajando en la fábrica hasta pocos años después. Y en Villa Escalona vivió hasta su muerte, que tuvo lugar en 1956, cuando contaba con 76 años de edad.
Frasquito era de baja estatura, cabeza semítica, pelo canoso y escaso, rasgos físicos armónicos y agraciados, de carácter colérico y, a veces, dicharachero. Entre sus hijos tenía todas sus preferencias puestas en su hija María, hasta el extremo de que, cuando ésta contrajo matrimonio y se fue a vivir con su marido, hijo de un inmigrante granadino, Ricardo Jiménez, a la ciudad de Granada, recogió todos los muebles y los almacenó en un desván en espera de que ella dispusiera de ellos. El desván estaba mal techado, el agua se filtraba entre las tejas y los muebles fueron pudriéndose sin remisión.
Cuando se quedó sólo en Villa Escalona, recogió a una familia de andarríos que vivía a la intemperie, en un olivar cercano, y la llevó a vivir con él a Villa Escalona, una vivienda a la que nunca volvió a cuidar y que, por ello, se encontraba ya en un estado calamitoso de conservación. La familia recogida, un matrimonio con tres hijos varones, lo atendieron, sobre todo la mujer, durante sus últimos años de vida. Las lenguas anabolenas murmuraban que el menor era hijo de Frasquito, pero eso no era verdad.
Cuando murió, mi padre heredó Villa Escalona y volvimos a vivir en ella después de haber estado 15 años en una muy modesta casa de alquiler de La Barriada, en la villa de Tocina. En ella fuimos vecinos de la viuda del que fuera maestro destilador de la alcoholera, otro emigrante granadino, el cual se mató siendo muy joven, como consecuencia de que se rompió el andamio en el que estaba trabajando. La vivienda alquilada estaba en La Barriada de Tocina, calle Joaquín Falcón Sánchez, nº 1, haciendo esquina con la Avenida del Capitán Márquez, hoy Gran Avenida, casi enfrente de donde mi padre tuvo un taller mecánico desde 1942 hasta 1953, año en el que firmó un contrato de trabajo con los Hnos. Pérez de Carmona, en virtud del cual se convirtió en el jefe de mantenimiento y conservación de las numerosas fincas y fábricas que tenían cerca de la estación de Guadajoz.
En la imagen inferior éste que escribe con mi abuelo Frasquito, en 1941.

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